“Vamos, puedes
hacerlo”. Volvió a mirar su rostro en el espejo y se le cayó el
alma a los pies. “Maldita sea...” El barro le había apelmazado
el pelo, por no hablar de la terrible pinta que tenía la ropa. Iba a
necesitar un milagro para quedar bien con los socios de la empresa.
Vaya entrada triunfal. Ni sus contactos podrían salvarla de este
traspié. Suspiró y volvió a abrir el agua para enjuagar una
pequeña mancha en su frente. Cuando levantó de nuevo la vista, pudo
ver en el espejo a la insufrible rubia a la que le había manchado la
mesa. Tenía entre sus manos su portafolio y en su rostro un gesto
entre compasión y miedo tan mal disimulado que estuvo a punto de
hacerla reír.
- He limpiado su portafolio, señorita Rivas. Los documentos del interior no se han visto afectados por el agua...
- Gracias...
- Mónica.
- Gracias, Mónica. Pero creo que ni todos mis papeles intactos podrían salvarme del bochorno que voy a pasar ahí dentro...
- Los papeles puede que no, señorita. Pero quizás yo pueda...
- Mira, si vas a ayudarme, ya puedes meterte el señorita por donde te quepa. Llámame Sara.
Su sonrisa tímida en un
principio, se hizo más hermosa y sincera. Dejó el portafolio sobre
el lavabo y salió corriendo como una flecha. De todas formas, Sara
Rivas tenía claro que poco podría hacer una secretaria por ayudarla
en aquel momento. El ridículo estaba asegurado. Pero también sabía
que las lealtades más fuertes se forjaban en momentos como este.
Todavía no había valorado la capacidad de esa mujer. Podía ser un
buen activo a tener en cuenta dentro de la empresa. Era hora de
averiguarlo. Si se había marchado veloz, el regreso fue como un
torbellino. En menos de unos segundos, se encontró sin camisa y sin
pantalones, mostrando un precioso conjunto de encaje negro. Mónica
le puso delante tres camisas distintas hasta que dio con la que
resaltaba el intenso color azul de sus ojos. Parecía que la ropa
estaba hecha a su medida. Cualquiera diría que la rubia le estaba
prestando una prenda, pero con su altura y su talle, parecía
imposible que la ropa fuese suya.
- ¿Cómo...?
- Mandy, de recursos humanos. Es una triunfadora. Siempre lleva en el coche una maletita con ropa “por si las moscas”- agitó los dedos en el aire para ejemplificar las comillas-. Es más o menos de tu talla, así que pensé que podríamos aprovecharnos de ello.
- Recuérdame que luego le de las gracias a Mandy.
- Ah, no te preocupes. Va a hacer que se lo agradezcas con creces. Pero no es tan terrible, siempre invita en las citas...
Con un guiño, le acercó
unos pantalones negros bien planchados que le quedaban como un
guante. Al mirar su imagen en el espejo, le pareció que había
ganado con el cambio. Parecía más seria. Quizás si hubiese entrado
así en el edificio, pese al barro, Mónica no la habría tratado
como lo hizo. Puso la mano sobre el hombro de la secretaria.
- Siento haberme excedido antes contigo, Mónica.
- Olvídalo. Soy una prepotente cuando quiero... Siéntate, tenemos que hacer algo con ese pelo.
- Madre mía, ¿también sabes de peluquería?
- Soy una mujer de recursos...
- Ya lo veo... Pues si salgo de esta, voy a tener que buscarte un hueco cerca de mi despacho.
- Espera... ¿Estás diciendo que vas a ascenderme?
- Sí, Mónica. Estoy diciendo precisamente eso.
Y sin dejar de sonreír,
se sacó un secador de pelo y un cepillo del bolso. El resultado
final resultó tan increíble que cuando caminaron juntas hacia la
sala de juntas, no hubo nadie que no se volviese para admirar a la
nueva directora ejecutiva de la empresa.